Hilda Lizarazu: La voz que tendió puentes entre dos décadas

Hoy, 12 de octubre, cumple 64 años Hilda Lizarazu, una de las voces más emblemáticas del rock argentino. En su figura se cruzan dos responsabilidades históricas: haber representado a las mujeres dentro de un ambiente musical dominado por hombres, y haber sido una de las protagonistas del pasaje estético entre el rock experimental de los 80 y el pop urbano y sofisticado de los 90. Su historia condensa una transformación cultural, una búsqueda de libertad y una sensibilidad que marcó una época.

Lizarazu nació en Curuzú Cuatiá, Corrientes, en 1963, pero creció en movimiento. Pasó parte de su infancia y adolescencia en Nueva York, donde el contacto con el soul, el pop y el rock anglosajón marcó su oído y su forma de mirar el mundo. Esa experiencia cosmopolita la acompañó cuando regresó a Buenos Aires a fines de los setenta, en una ciudad que intentaba reconstruirse tras los años de dictadura. Se movió entre la fotografía, la moda y el arte, pero la música terminó siendo su punto de anclaje. En una escena todavía muy masculina, su voz —limpia, clara, con un aire sofisticado y una naturalidad poco común— llamó la atención de inmediato. Primero fue corista de Suéter, luego parte de Los Twist, y enseguida su imagen se volvió inconfundible: elegante, andrógina, libre. En esos primeros años, Hilda encarnaba algo nuevo: una artista que absorbía influencias extranjeras pero hablaba el idioma del rock argentino con autenticidad.

El salto definitivo llegó cuando Charly García la convocó para integrar su banda a mediados de los ochenta. Con él grabó discos esenciales como Piano Bar, Parte de la religión y Cómo conseguir chicas, y participó de giras intensas, donde su voz se volvió parte del paisaje emocional del rock nacional. Lizarazu no era una corista más: su presencia equilibraba la energía de Charly con un tipo de elegancia que no imitaba a nadie. En el escenario, su voz funcionaba como sostén y contrapunto, un punto de calma dentro del desborde. Su imagen —los trajes, el pelo corto, la seguridad sin estridencias— condensaba una nueva manera de ser mujer en el rock: visible, fuerte, pero sin renunciar a la sutileza.

En 1989, junto a Tito Losavio, fundó Man Ray, una de las bandas más influyentes del pop argentino de los noventa. Desde el comienzo, el proyecto tuvo una identidad propia: canciones limpias, melodías precisas y letras que retrataban la vida urbana con una sensibilidad adulta. Perro de playa, Hombre rayo y Larga distancia son parte de ese período en el que el rock argentino se volvió más introspectivo, más estético, más pop. Hilda fue una de las caras visibles de esa transición. Su voz ya no acompañaba: lideraba. Se había convertido en símbolo de un nuevo modo de entender la música, donde la independencia y la sensualidad podían convivir sin contradicción.

El talento de Hilda no radica únicamente en haber logrado abrirse paso en un entorno hostil para las mujeres, sino también en haber sabido leer el pulso de su tiempo. Entendió que los noventa traían consigo otra sensibilidad, más urbana, más fragmentada, menos épica. Convirtió en canción la ironía de la ciudad, el deseo y la elegancia vulnerable de esa década. Su mirada estética —la ropa, los cortes de pelo, la visualidad cuidada— fue también parte de su mensaje: la confirmación de que el estilo puede ser una forma de pensamiento.

Así, Hilda Lizarazu se volvió una figura esencial para entender el paso del rock argentino de los 80 al pop sofisticado de los 90. Fue pionera, autora y testigo de un cambio que todavía resuena. Su obra no solo amplió los límites del sonido, sino también los del lenguaje con que se piensa la música. A través de su voz, el rock encontró una nueva manera de decir, más sutil, más humana, más abierta al mundo.

Por eso hoy, en su cumpleaños, la recordamos no solo por lo que hizo, sino por lo que transformó: la forma de escuchar, de mirar y de habitar la música. Hilda Lizarazu sigue siendo un puente vivo entre dos épocas y muchas voces, una artista que, sin necesidad de gritar, cambió para siempre la manera en que suena el deseo.