Sunlid: El eco del sentido

En sintonía con el artículo anterior sobre Catalina Ammaturo y la melancolía como pérdida del lenguaje, hoy voy a hablar sobre Sunlid, una banda cuyas ideas giran en torno a la importancia fonética y sonora de las palabras. Esto fue dicho por su cantante Lucía Tubas en una entrevista para el medio Sintonía. Es interesante pensar las palabras no tanto por lo que comunican literalmente, sino por su sonido y textura, por cómo vibran más allá de su significado.

El universo construido por Sunlid es particular y se puede analizar desde muchas perspectivas. Por un lado, está la búsqueda en torno a la palabra, como mencioné antes; pero también, en su disco No mires atrás, aparece con fuerza la idea de la identidad como algo que se construye a partir de un otro. El encuentro y desencuentro con personas que nos definen, nos moldean, pero también nos confunden, deja ver una identidad fluida, enérgica, ruidosa, que no acalla ni encuentra una salida definitiva.

Para pensar la palabra como un vehículo de múltiples sentidos, vamos a tomar los estudios de Henri Meschonnic, pensador francés que transitó entre la lingüística, la poesía, la filosofía del lenguaje y la teoría literaria. Se enfrentó a los modelos estructuralistas (como el de Saussure) y a la visión técnica o mecánica del lenguaje. Su propuesta apunta a recuperar la experiencia corporal, rítmica y subjetiva del lenguaje.

Aunque su foco fue la poesía, dedicó su vida a resignificar el concepto de ritmo. Para Meschonnic, el ritmo no es un simple acompañamiento musical o métrico: es lo que permite que la palabra exprese subjetividad.
La palabra no tiene un significado fijo: su sentido se moldea por variables como la sonoridad, la visualidad, el cuerpo y la afectividad. Una palabra puede tocarnos no solo por lo que significa, sino por cómo resuena en nosotros. Esa resonancia también es sentido: genera climas, despierta afectos, activa imágenes mentales o sensaciones físicas.

Meschonnic rechaza la idea del lenguaje como un sistema cerrado y mecánico. Esa visión —dice— elimina el cuerpo, la historia, el deseo de quien habla. Por eso reivindica la poesía (y, por extensión, la canción) como un espacio donde el lenguaje se transforma en otra cosa: un territorio de invención, subjetividad y experimentación.

Esa teoría se puede ver reflejada en Sunlid desde el propio nombre de la banda. En la entrevista, explicaron que se trata de una palabra sueca deformada que originalmente significaba “ruido”. Pero, al argentinizar su pronunciación, la palabra se vuelve ambigua y abierta: algunos la dicen “sunlid”, otros “sanlid”. El significado cambia con cada voz, y en esa diferencia hay sentido.

Además, desde el inglés, sunlid puede traducirse como “párpados de sol”, lo que abre una lectura completamente subjetiva, casi onírica. Ya desde el nombre, la banda deja en claro que la palabra no es para ellos un objeto fijo o puramente funcional, sino una herramienta sonora, abierta, con múltiples capas.

En cuanto al disco, vale destacar la habilidad de Lucía para generar texturas con su voz. No se trata solo de afinar, sino de usar la voz como instrumento para construir atmósferas. La intención con la que canta, la elección de sonidos y la forma de pronunciar ciertas palabras dan lugar a una experiencia sensorial. Su facilidad para evocar emociones desde palabras simples es fascinante.

La idea de una identidad difusa y construida a través de otros también se refleja en las letras, que tienen una libertad particular: parecen tan propias como ajenas, como si se estuvieran cantando a alguien más, o a uno mismo, o a una mezcla de ambos. Esa ambigüedad habilita que quien escucha también se pregunte: ¿esto me está hablando a mí o de mí? ¿Quién está hablando aca?

Y es justamente ahí, en el no saber, donde aparece con fuerza el pensamiento de Meschonnic. Aunque las canciones tengan letras con un significado literal, no se pueden encasillar ni descifrar del todo. Son abiertas, porosas, vibrantes. Igual que la identidad: siempre en proceso, en construcción, nunca cerrada del todo.

En Sunlid, la palabra no es un mensaje que se entrega terminado. Es una zona de resonancia, un campo de fuerzas, una vibración que se siente antes de entenderse. En ese juego entre el decir y el sonar, entre lo que se canta y lo que se escapa, la banda construye una identidad musical que no necesita definirse para ser sentida. Porque a veces, como diría Meschonnic, lo que importa no es lo que se dice, sino cómo se dice. Y eso también —o sobre todo— es sentido.